No hace muchos años, algunas curanderas de la comarca de los Pirineos recorrían a pie decenas de kilómetros para llevar a las masías de los alrededores hierbas y productos curativos.
El oficio de trementinaire ya es historia, aunque no esté escrita. Y es que esas mujeres no dejaron nunca ningún testimonio escrito que demostrara que este oficio existió realmente. Todo lo que sabemos de ellas y su trabajo nos ha llegado por transmisión oral, a través del recuerdo de la gente de la zona, sobre todo hijas y nietas de trementinaires, y de la gente de fuera del valle que las veía pasar o que las alojaba en su casa.
Por eso me interesa recuperarlas y difundir desde mi blog el viejo oficio femenino de trementinaire, un ejercicio de sabiduría fruto de la tradición popular.
La presión demográfica de mediados del siglo XIX provocó el éxodo estacional de muchos hombres y mujeres de estos valles hacia zonas más ricas. Y fue en este marco de desmembración social que muchas mujeres del valle se dedicaron a extraer de esta tierra áspera y poco agradecida un medio para sobrevivir. Caminando y cargadas de hierbas y aceites, irían “curando y curando todos los males” por tierras catalanas. De modo que parece que fue a mediados del siglo XIX cuando se iniciaron los primeros viajes de las trementinaires; de hecho, la memoria colectiva no tiene constancia de la existencia de esta ocupación antes del 1875.
El conocimiento de las plantas, sus virtudes medicinales y los procesos de elaboración de remedios ancestrales adquiridos por transmisión oral, fueron, entre otros, los factores que las motivaron a ejercer este nuevo oficio.
Este oficio absorbió a la mayor parte de la población femenina del valle durante más de cien años.
Marchaban una o dos veces al año y podían estar fuera desde unos pocos días hasta cuatro meses. La mayoría de las trementinaires seguían siempre la misma ruta, puesto que la gente de la mayor parte de las masías donde iban eran sus clientes años tras año. No acostumbraban a entrar a las grandes ciudades ni frecuentaban los mercados por vender sus remedios, puesto que utilizaban una relación más personal y directa con la gente.
De todos los remedios que comercializaban las trementinaires, el producto más solicitado era sin duda la trementina, por este motivo fuera del valle la gente bautizó a las vendedoras ambulantes con el nombre de trementinaires. (Podríamos traducirlo como “trementineras”, aunque al ser un oficio que solo se desarrolló en Catalunya no hay traducción oficial conocida.)
El proceso original de elaboración de la trementina empieza con la extracción de la resina del pino rojo. Esta, una vez purificada, está lista por emplear. Su aspecto, cuando es fría, es sólido, cristalino y oscuro. La composición que se conoce, es la de una trementina reelaborada a partir de las materias primas compradas en las droguerías -pega griega- y en las farmacias -esencia de trementina.
Cada trementinaire fabricaba así su propia trementina, y se podían encontrar de diferentes texturas, colores y fluideces. El uso más frecuente que se da a la trementina es en forma de parche para aplicar sobre la zona afectada. Los parches de trementina eran muy utilizados contra el dolor, los golpes y los esguinces.También era útil para curar las picaduras de araña y de víboras, para curar las úlceras y infecciones importantes y contra los resfríos.
Pese a que muchas de estas mujeres eran analfabetas, las trementinaires tenían en la cabeza todos los conocimientos necesarios. Emília Llorens, una de los pocos testigos que todavía viven, acompañó en los viajes, desde los siete hasta los dieciséis años, a Maria Majoral, su abuela. Emília recuerda que su abuela siempre sabía qué recomendar en cada caso.
Uno de los aspectos que más sorprende de este oficio es su componente nómade. Las trementinaires recorrían a pie amplios territorios desde el valle de Lavansa hasta las tierras planas del interior y el litoral para vender sus remedios. En algunos casos llegaron hasta la misma franja costera, y hay testimonios que dan cuenta que habían vendido hierbas en la Feria de Sant Ponç de Barcelona.
Fuente: Un cajón revuelto
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