La historia de la Montaña de Tor está rodeada de misterio; es, cuanto menos, ajetreada y curiosa. En 1986 las 13 familias del pueblo de Tor deciden, en previsión de que el Estado no expropie la montaña, establecer una sociedad de condueños redactando unos estatutos por los que regirse. Así, consensuaron que ésta fuera propiedad de aquellos vecinos que mantuvieran el fuego encendido todo el año (es decir, vivieran de forma permanente en ella).
Antes de la guerra civil, los dueños de la montaña, si bien ésta está aislada la mayor parte del invierno y las condiciones de vida en dicha estación del año son muy duras allí, estaban considerados los más ricos de la zona. Tenían ganado, buenos pastos y madera, y eso entonces era ser rico. Además, y pese al aislamiento y la dureza de la vida, o tal vez precisamente por ello, las trece familias convivían en buena lid.
Con la guerra civil y más tarde, en la posguerra, con el hambre y con la dictadura, una serie de circunstancias como el hecho de que allí arriba carecen incluso hoy en día de agua corriente, luz eléctrica o línea telefónica y se encuentran incomunicados la mayor parte del invierno, dio lugar a la marcha de la mayoría de los vecinos del pueblo, al menos durante los meses más fríos. Pero el desencadenante que precipitó este abandono fue la quema de cuatro de las casas a raíz de la persecución y ejecución, por parte de la Guardia Civil, de unos maquis que se habían refugiado en la montaña.
De este modo, puesto que los estatutos indicaban expresamente la condición de “tener el fuego encendido” todo el año para mantener la propiedad, se desataron los amaños, envidias, odios y rencillas en una batalla desenfrenada entre las tres casas más importantes de Tor, plagada de demandas y juicios, y salpicada a su vez con varios asesinatos, por hacerse con el control y la propiedad de la montaña.
Josep Montané, “Sansa”, y Francesc Sarroca, “Cerdá”, los más actuales patriarcas de dos de estas casas fuertes, unidos sólo por la causa pues también les separaban disputas antiguas, luchaban con la intención de venderla o alquilarla para hacer un complejo de ocio y pistas de esquí; el otro cacique, Jordi Riba, de la casa “Palanca”, sólo por hacer valer su derecho como único dueño y vender a sus anchas la madera del lugar, así como “manejar” el paso de contrabandistas (que ni eso le falta a esta historia) desde Andorra.
Entre situaciones delirantes más propias de la imaginación de algún escritor trágico que de la vida real, “Sansa” y “Cerdá” arriendan la montaña en 1976, a espaldas del resto de miembros de la sociedad de condueños, a Rubén Castañer, un agente inmobiliario aragonés-andorrano, que pasea por “sus dominios” con dos guardaespaldas. Dos años más tarde “Palanca”, asociado por las circunstancias con los otros condueños, la alquila a dos leñadores que le harán las veces de guardaespaldas a él. Así las cosas la tensión es palpable y se masca la tragedia.
Los primeros asesinados, en 1980, fueron los dos guardaespaldas del “Palanca” a manos de los dos “protectores” de Rubén Castañer cuando, según declaraciones del “Palanca”, intentaban matarle a él, que consiguió huir. En 1981 los abogados de “Sansa” y “Cerdá” interponen una demanda contra los otros vecinos por hacerse con la propiedad de la montaña.
En 1995, el juez de Tremp falla a favor de, “Sansa”, declarándole único dueño de Tor en base a que sólo él pudo demostrar que vivía todo el año en la montaña, y dejando fuera al otro litigante con el que formaba bando contra “Palanca”, “Cerdá”. Pero su reinado en Tor duraría tan sólo cinco meses antes de que lo asesinaran.
Finalmente tras muchos procesos y recursos, en 2002, la Audiencia de Lleida dicta sentencia afirmando que la montaña es propiedad de todos los herederos de los trece fundadores. Palanca y los herederos de Sansa presentan recurso que es rechazado por última vez en el año 2005 por el Tribunal Superior de Justicia de Cataluña, que ratifica la sentencia de 2002.
El periodista Carles Porta se metió de lleno en esta aventura de la que, como él mismo declara, ya nunca saldrá del todo, cuando en Tor se descubrió el asesinato de Josep Montané Baró, “Sansa”, y TV3, el canal de televisión para el que trabajaba, le envió a cubrir el reportaje para elaborar un programa de esa cadena llamado “30 minuts” –en referencia a su duración-. Tan magnífico trabajo de investigación hizo el equipo y tan estupendo reportaje dieron a luz que les concedieron el premio Pirineus de periodismo por el reportaje.
Tiempo después de su emisión, en 2003, Porta recibió una subvención de los premios literarios Vallverdú de Lleida para escribir un libro sobre el tema, que dio lugar al nacimiento de “Tor, La Montaña Maldita”. Un libro apasionante y lleno de misterios que nos presenta de cara las miserias humanas con ciertas dosis de humor y mucha sencillez.
Fuente: Revista Ibérica